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Intentando mantenernos en la mesa

Un mundo estático sería tremendamente aburrido, ¿no es cierto? Un mundo en el que mirásemos atrás y viésemos las mismas huellas, los mismos huesos y las mismas marcas sería mucho menos emocionante que un planeta con una historia biológica variada, donde nos aguardasen inimaginables sorpresas bajo las piedras y continuamente chocásemos con enigmas por resolver. Y es que los monstruos y bichos raros del pasado son, en muchos casos, obras de arte esculpidas mediante procesos evolutivos sorprendentemente detallistas y originales (más aún teniendo en cuenta que nunca se forman desde cero, sino utilizando las piezas y materiales que quedan más a mano). Una pequeña muestra de la prodigiosa labor de la evolución puede ser contemplada simplemente mirando a nuestro alrededor. Y no debemos olvidar que la biodiversidad de hoy será reemplazada en un futuro por nuevas especies que configurarán un mundo diferente en el que gran parte de los seres vivos actuales habrán (¿habremos?) quedado relegados al recuerdo. La rueda no para.

Sin embargo, como dijo Carl Sagan, los secretos de la evolución son el tiempo y la muerte. Y nosotros, como cualquier otra especie, queremos evitar los efectos devastadores de la extinción, ¡y del más mínimo sufrimiento! Para ello no tenemos más remedio que salvaguardar a nuestros vecinos, los demás habitantes de la Tierra, puesto que de ellos depende el mantenimiento de las condiciones actuales de nuestro planeta.  Ésta es el principal de los motivos por las cuales existe tamaña preocupación por las consecuencias del cambio climático, por los efectos desestabilizadores del ser humano y por la fragilidad de los ecosistemas. Y también es ésta una importante razón para la celebración en 2010 el año internacional de la biodiversidad.

Habitualmente, los estudios sobre diversidad biológica concluyen con comentarios acerca de nuestra incapacidad de predecir el destino de las redes ecológicas tras sus modificaciones: cuidado con los cambios que provocamos, porque desconocemos las consecuencias que pueden conllevar. Dada la sobrecogedora complejidad de los sistemas biológicos, es comprensible que no podamos prever los efectos de nuestros actos.

Como ejemplo, podemos observar un estudio reciente publicado en Nature centrado en la evolución de pequeños roedores en relación a grandes cambios ambientales, como los acaecidos durante el aumento global de la temperatura al final del pleistoceno. Mientras grandes mamíferos como los rinocerontes y mamíferos lanudos se extinguían, probablemente con ayuda de la depredación humana, algunos ratones de ciclo vital corto y tolerantes a grandes variaciones ambientales, como los del género Peromyscus, se expandieron cómodamente. De modo similar, los autores proponen que, ante el presente cambio climático, este tipo de ratones podrían sobreponerse a otros mamíferos pequeños como las ardillas de tierra o voladoras. Puesto que éstas últimas llevan a cabo varias acciones de gran importancia ecológica, como dispersión de esporas fúngicas o aireación de suelos, que no serían realizadas por los abundantes ratoncillos, su pérdida podría tener graves efectos sobre varias especies habituales del suelo.

En relación con estas conclusiones encontramos otro artículo reciente, titulado “La biodiversidad en la oscuridad”, en el que se trata precisamente sobre los efectos de varios factores sobre la increíble riqueza de habitantes del suelo, que no tiene nada que envidiar a la de especies que caminan sobre él. Los autores de este estudio comentan que consecuencias derivadas del aumento de la temperatura, del enriquecimiento de nitrógeno, la desecación o las modificaciones mecánicas del suelo pueden afectar terriblemente a varias especies clave, como hongos micorrícicos o especies descomponedoras de todo tipo. Por supuesto, es fácil pensar que estos resultados podrían ser terribles para los que estamos “sobre tierra”, que veríamos modificada la estructura básica de las interacciones biológicas. En concreto, la alteración de los ciclos de materia y la transformación de las propiedades del suelo podría provocar cambios graves en la diversidad vegetal, con todo lo que ello conlleva.

En definitiva, este tipo de estudios pueden ayudarnos a comprender el alcance de nuestro industrial aliento sobre la biosfera. Pero no es difícil que ignoremos o minusvaloremos detalles que, de un modo u otro, acaben sobresaliendo de debajo de la alfombra.

  1. Dani M.
    6 junio, 2010 a las 18:43

    Desde luego, las redes complejas que se establecen en el ámbito ecológico (y no ecológico) es un tema que cada vez se va, y se irá, esclareciendo más y más, pero que aun no tenemos datos concluyentes de nada. No he leído ningún libro de redes como tú, pero imagino que es un campo donde aun faltarán formalizaciones y ciertos principios fundamentales para su estudio y comprensión.

    Sobre el último apunte que comentas, me ha recordado mucho a la frase que nos puso Mª Jesús en micro el año pasado en el tema 1, de Tom Curtis si no me equivoco: «No me excuso de poner a los microorganismos en un pedestal sobre otras cosas vivientes. Porque si la última ballena azul estrangula hasta la muerte al último panda, será desastroso pero no será el fin del mundo. Pero si envenenamos accidentalmente las últimas dos especies oxidadoras de amonio, sería otra cosa. Puede estar pasando ahora y nosotros desconocerlo…»

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